Impuestos son robos
Libertas

Los impuestos son robos

Los impuestos son robos. Esta premisa es aceptada por los libertarios de todas las tendencias. Desde los radicales ancaps, hasta los Old Right paleolibertarios, pasando por los minarquistas y los voluntaristas, todos concuerdan en que los impuestos constituyen una agresión cometida por un organismo fuerte, el Estado, contra un organismo débil, el ciudadano. A continuación veremos un poco del sustento de esta posición.


Los impuestos son robos

Comencemos por aclarar que usted NO ES un contribuyente. Usted es una víctima de un delito sistemático que se comete todos los días en su contra, de forma violenta, por un organismo que cuenta con todas las herramientas para impedirle que se defienda. Este organismo es el Estado y para ello se vale del ius puniendi, su poder coercitivo, con el cual puede privarlo de su libertad y de sus bienes sin que usted haya violado los derechos negativos de alguien: vida, libertad y propiedad.

Usted no aporta. A usted lo roban día tras día sin que pueda hacer (casi) nada para evitarlo. Para legitimar el crimen se basan en toda laya de argumentos infantiles y sensibleros dentro de los cuales, uno destaca por sobre todos: la Justicia Social. Caballito de batalla con el que se pretende perfumar el verdadero propósito del expolio: la captura de rentas para mantener legiones de inútiles politiqueros y burócratas que aportan tanto a la sociedad como lo hacen las sucias cucarachas. Si esto ha quedado claro pasemos a lo siguiente.


Un poco de historia.

Al menos desde el siglo V d. C., tenemos referencias de que alguien ha sostenido públicamente esta posición. Se trata de Agustín de Hipona, también conocido como San Agustín. Aunque de Santo tenía poco, este señor abogaba por unos impuestos justos. Curiosa contradicción pues si se trata de algo impuesto, difícilmente podría ser justo ya que, inevitablemente, alguien (A) se beneficiaría del perjuicio de otro (B). ¿Eso es justo? Como sea, el Santo de Hipona también reclamaba algo que hoy podríamos llamar Justicia Social, con lo cual su incipiente posición libertaria queda eclipsada por su repugnante infantilismo.

Pero pese a la indeleble mácula (es más una llaga) de la Justicia Social, Agustín llegó a describir a los reinos como ladrones. Citando al Magno dijo:


Sin la justicia, ¿qué serían en realidad los reinos sino bandas de ladrones?, ¿y qué son las bandas de ladrones sino pequeños reinos? […] Por ello, inteligente y veraz fue la respuesta dada a Alejandro Magno por un pirata que había caído en su poder, pues habiéndole preguntado el rey por qué infestaba el mar, con audaz libertad el pirata respondió: por el mismo motivo por el que tú infestas la tierra; pero ya que yo lo hago con un pequeño bajel me llaman ladrón, y a ti porque lo haces con formidables ejércitos, te llaman emperador.


Saltando unos cuantos siglos tenemos que referirnos a John Locke (siglo XVII), el padre del liberalismo clásico. Para Locke, toda acción estatal de una u otra forma disminuía los derechos y las libertades individuales y, con respecto a los impuestos, decía que estos no podían establecerse sin el consentimiento de los ciudadanos. Supongo que se refería a los ciudadanos que los van a pagar pues los otros, los supuestos beneficiarios, siempre estarán dispuestos a recibir las migajas que deje el gasto burocrático.

Otro exponente de este pensamiento fue Lysander Spooner (siglo XIX). Él pensaba que el tal Contrato Social (otro comodín de los demagogos), era ilegítimo porque el gobierno podría usar la fuerza contra quienes no quisieran suscribir dicho contrato. ¿Cómo podría ser legítimo un contrato en el cual una de las partes está obligada? Para que exista un contrato, debe haber al menos dos intervinientes que se pongan de acuerdo y, lo más importante, esas partes deben ser conscientes de lo que están acordando.

Yo, en ningún momento estuve de acuerdo en que robaran parte de mi patrimonio para alimentar niños con vasos de leche que cuestan más que la vaca. Si los burócratas son tan generosos, podrían solventar esos embelecos con los ahorros de sus putas madres, no con los míos. A lo mejor cuando lo hagan con recursos propios consiguen la lechita más barata…


Ninguna asociación abierta, declarada o responsable, o cuerpo de hombres, puede decirle esto; porque no existe tal asociación o cuerpo de hombres en existencia. Si alguien debe afirmar que existe tal asociación, permítale demostrar, si puede, quién la compone. Deje que presente, si puede, cualquier contrato abierto, escrito u otro que sea auténtico, firmado o acordado por estos hombres; formando una asociación; darse a conocer como tal al mundo; designándolo como su agente; y haciéndose individualmente, o como asociación, responsables de sus actos, realizados por su autoridad. Hasta que se pueda demostrar todo esto, nadie puede decir que, en ningún sentido legítimo, existe tal asociación; o que él es su agente; o que alguna vez les prestó juramento; o alguna vez les prometió su fe. —Lysander Spooner.


También del siglo XIX era el economista Frédéric Bastiat. Bastiat sostenía que la única función legítima del Estado era proteger la vida, la propiedad privada y la libertad de los individuos. Siendo así, todo centavo que le sea arrancado al ciudadano, y destinado a otros menesteres, se considera un robo. ¿Cómo podría ser legítimo que usted esté obligado a pagar mi deseo de ser músico? Yo tengo todo el derecho de ser músico pero usted no tiene la obligación de pagar por ello.


[…] el saqueo legal puede ejercerse de infinitas maneras. De ahí viene una infinita multitud de planes para la organización; aranceles, protección, requisitos, propinas, estímulos, impuestos progresivos, educación pública gratuita, derecho al trabajo, derecho a ganancias, derecho a salarios, derecho a asistencia, derecho a instrumentos de trabajo, propina de crédito, etc. son todos estos planes, puestos en conjunto, con lo que tienen en común, el saqueo legal, que toman el nombre de socialismo.


Para Mises, los impuestos estaban dirigidos a castrar la prosperidad y fomentaban el inmovilismo. Mises decía que los impuestos eran necesarios, pero pensaba que la política fiscal discriminatoria —aceptada universalmente hoy bajo el equívoco nombre de tributación progresiva sobre las rentas y las sucesiones— dista mucho de constituir verdadero un sistema impositivo. Más bien, decía, se trata de una disfrazada expropiación de los empresarios y capitalistas más capaces. En la práctica, solo sirve para abrir las puertas del socialismo. Analizando la evolución de los tipos impositivos sobre la renta en América, Mises sentenció que un día no muy lejano, cualquier ingreso que rebasasara el sueldo del individuo medio, será absorbido por el impuesto. Y así fue…


Nada tiene que ver la economía con las espurias doctrinas metafísicas aducidas a favor de la política fiscal progresiva: interesan tan solo a nuestra ciencia las repercusiones de la misma sobre el mercado. Los políticos y los escritores intervencionistas enjuician estos problemas con arreglo a lo que ellos entienden que es “socialmente deseable”. Desde su punto de vista, “el objetivo de la imposición fiscal no consiste ya en recaudar”, puesto que los poderes públicos “pueden procurarse cuanto dinero precisen solo con imprimirlo”. La verdadera finalidad de la imposición fiscal es dejar “menos dinero en manos del contribuyente”.


F. Hayek, en su libro Los Fundamentos de la Libertad, expone 11 argumentos contra los impuestos progresivos. Por cuestiones de espacio no los voy a transcribir aquí. Basta saber que el autor cuestionó, por obvias razones, la ridícula idea de “justicia social” como principio de justicia distributiva. Sostuvo que era un mito erróneo y peligroso. Frente al mercado y sus resultados no hay derecho alguno, como tampoco los hay frente al Leviatán hobessiano. Para F. Hayek, los derechos humanos son inmanentes al mercado, como lo son también las normas éticas.


[…] cualquier legislación que busca favorecer a los grupos más débiles de la sociedad, señalando por ejemplo, que se exima de impuestos a los ingresos bajos, convierte a dichos grupos en privilegiados. La desviación de recursos hacia los sectores más débiles o de menor ingreso, “la mano visible de la política” (Friedman) sólo puede producir efectos inesperados e indeseables, al alterar el mercado laboral, y los mercados de productos. Los únicos ingresos legítimos eran los que cada individuo podía obtener en el mercado


Rothbard también tenía una posición muy clara frente a los impuestos. Para él, el impuesto perjudica por igual al productor y al consumidor. El consumidor deberá pagar más por el bien o servicio demandado, viendo mermada su capacidad de adquirir otros bienes y/o servicios. Por su parte, el productor venderá menos unidades de su producto o servicio, mermando su capacidad de crecimiento. Los únicos beneficiarios del robo llamado impuestos son, entonces, los burócratas quienes obtienen una jugosa porción de una transacción en la cual no participaron.


Un impuesto sobre un bien abre una brecha entre la oferta y la demanda. Los consumidores deben ahora pagar un precio más alto por el bien, y los productores se quedan con menos del precio pagado de lo que sería sin el impuesto. En lugar de un precio de equilibrio uniforme, ahora hay un precio bruto y un precio neto.


¿Cuántos hombres?

¿Cuantos hombres? es un experimento mental utilizado para demostrar el concepto de impuestos como robo. El experimento utiliza una serie de preguntas para plantear una diferencia entre los actos criminales y el gobierno de la mayoría. Por ejemplo, una versión pregunta: «¿Es un robo si un hombre roba un automóvil?» «¿Qué pasa si una pandilla de cinco hombres roba el auto?» «¿Qué pasa si una pandilla de diez hombres vota (permitiendo que la víctima vote también) sobre si robar el automóvil antes de robarlo?» «¿Qué pasa si cien hombres toman el auto y le devuelven una bicicleta a la víctima?» o «¿Qué pasa si doscientos hombres no solo le devuelven una bicicleta a la víctima, sino que también le compran una bicicleta a una persona pobre?» El experimento desafía a un individuo a determinar qué tan grande se requiere que sea un grupo antes de que la toma de la propiedad de un individuo se convierta en el «derecho» de otros.

Para mí es muy sencillo: ¿cuántos parásitos deben estar de acuerdo en que robar es justo para que cambie la semántica del término?


Mi posición personal.

Los impuestos son robosAl momento de escribir este post confluyen dos eventos igualmente aciagos: en mi país se acercan las elecciones regiones y en pocos días los ciudadanos debemos declarar renta y pagar los respectivos impuestos confiscatorios. Son eventos vinculantes. Si no hubiera tanto dinero robado a sus legítimos propietarios, no habría cientos de miles de ratas candidatos disputándose un pedacito del botín hurtado.

Cada cosa que promete un candidato es el anuncio de los delitos que cometerá una vez sea elegido. Las masas cerriles, embrutecidas e ignorantes que componen el electorado no lo pueden entender. Esto es algo que escapa a su simiesca comprensión. Víctimas de un crimen llamado «educación», fueron convencidos de que tienen derecho a una porción del fruto ajeno. Porción que, huelga decirlo, se hace más grande en la medida en que crece la población parasitaria.

Con esa desgracia llamada «educación» nos hicieron creer que se trata de una relación simbiótica. La verdad es que no hay tal. Es parasitismo puro. Usted produce y ellos roban. El binomio funcionario-beneficiario tampoco construye unas simbiosis. El funcionario puede robar a sus anchas sin el concurso del beneficiario, solo que ahora, mediante la vinculación de un supuesto favorecido, el crimen adquiere estatus de humanismo. Espejismo cosmético.

Los impuestos son robos dondequiera que se presenten pero son crímenes particularmente grotescos en América Letrina. En Canadá o en Bélgica, el robo parece convertirse en bienes y servicios que, si bien resultan muy costosos, al menos pueden ser utilizados por las víctimas. ¿Qué obtenemos en cambio en América Latina? Las vías en mal estado o sin asfaltar, la basura en las calles, los parques abandonados y convertidos en dormitorio de aniquilables, la inmensa burocracia trabando las iniciativas de los individuos, la extorsión en todos los niveles del gobierno (desde el más humilde concejal extorsiona a los ciudadanos), la inseguridad causada por los socios de los burócratas haciendo invivibles las ciudades y, como si no hubiera suficiente mierda en la piscina, una enorme tajada del saqueo se destina a financiar el peor de los crímenes: la educación pública.

Las universidades latinoamericanas son verdaderas fábricas de funcionarios. No puede ser de otra forma. Los entrenan para el delito con recursos robados y, una vez reciben el insignificante diploma, salen a robar para «educar» a otros como ellos. No se puede negar que son ladrones solidarios (claro, con los recursos ajenos). Lo primero que hace un estudiante latinoamerica una vez se recibe es buscar el contacto con algún político para que lo ubique en una oficina apestosa a humedad, a café barato y a sobaquina. No puede ser de otra forma. ¿Qué sentido tiene emprender e invertir si un gran porcentaje de lo obtenido, si es que algo se obtiene, será tomado por la fuerza por los humanistas?

Para mí, la mayoría de funcionarios públicos son seres dañinos muy parecidos a las ratas. Este paralelo puede sonar ofensivo para los múridos que se mueven por instintos a diferencia de sus pares bípedos y diplomados impelidos únicamente por la codicia. Creo que en una sociedad libre estos seres estarían condenados a ser habitantes de calle o materia prima con la cual se produciría alimento barato para los perros. La gran mayoría de puestos públicos son innecesarios y prescindibles. La única razón de ser de su existencia es la captura de rentas y mantener el voto cautivo a favor de quienes crearon los cargos. Usted necesita funcionarios de seguridad, de justicia y de infraestructura. Todo lo demás es farfolla.

Sin importar el ridículo cargo que ostente, el trabajo del funcionario es robarnos. Nos roba incluso cuando no se apropia del erario porque su sueldo se paga con una parte de lo que le ha sido expropiado a sus legítimos dueños. En el sector privado no es posible pagarle $100 a un trabajador que produce $80. Solo en el sector público es posible pagarle algo a alguien que no produce nada. Se hace todo el tiempo. Legiones de indeseables inaportantes cobran mes a mes por no producir más que papelitos firmados y sellados que ningún culo querría usar para sus menesteres higiénicos. También es mentira que contribuyan. Si en la caja de los impuestos (robos) hay $100, usted contrata a 10 burócratas, a cada uno le paga $10 y le retiene por impuestos $2, al finalizar el ejercicio en la caja que antes tenía $100 quedaron $20. ¿Qué aportaron esos 10 humanistas?

Usted no le diría la verdad a un ladrón que ingrese a su casa y le pregunte si tiene cosas de valor. Al final ellos siempre ganarán porque tienen acceso a la información que indiscutiblemente debería ser privada. Además, cuentan con el poder coercitivo ejercido por otros funcionarios. Ellos siempre se van a quedar con una parte de lo que usted consiguió. Su trabajo, como hombre libre, es intentar minimizar el valor nominal de lo que le será robado. Que el águila se lleve un conejo, pero no el mejor conejo.