Mi última red social
Minimalismo,  Tech

Mi última red social

Acabo de cerrar mi cuenta de Twitter, mi última red social. Era una cuenta pequeña (± 250 seguidores) y solo la usaba para informarme sobre los mercados financieros, las nuevas tendencias en seguridad informática y una que otra noticia pero, a pesar de tener muy bien segmentado lo que leía, me resultó inevitable seguir consumiendo parte del contenido basura que allí se destila por Zettabytes. Lo sé, no es sensato ni inteligente intentar ganarle al algoritmo.

El algoritmo está hecho para que usted consuma. La moneda de cambio es su atención. Entre más tiempo pase frente a la pantalla, más centavitos llegarán a los bolsillos del amo Elon. Yo establecí muy bien mis intereses en ese pozo séptico y sin embargo seguía viendo infinidad de tonterías que no me interesaban. Basura electrónica.

Bloqueé más de 1.200 cuentas. Todo aquello que apareciera en mi timeline y no hablara de los mercados financieros, o de seguridad informática, lo bloqueaba ipso facto. Pero no funcionó. Día tras día me seguía apareciendo basura: desde la pobre tonta insegura que sube a diario sus selfies intentando (en vano) convencernos de su valía, hasta los soporíferos discursos del delincuente presidente de turno y los aplausos de sus abyectos sacamicas.

Mi última red social
Twittero salvando el mundo.

Mientras se haga presencia en esas letrinas rebosadas será imposible escapar del doomscrolling. De una u otra forma su atención será secuestrada por el contenido basura. La red del pájaro azul (y no es el de Bukowski) me parecía útil para informarme en los temas de mi interés. Sin embargo, el precio a pagar es demasiado alto. El tener que compartir espacio, así sea digital, con esa clase de gentuza, me resulta repulsivo.

Cuando digo gentuza no me refiero a una condición social. Me refiero a una condición humana. Entiendo que no podría ser de otra manera, yo estaba usando algo que —aparentemente— no me costaba nada (solo mi atención, nada). Cuando de las redes sociales se trata, no estamos en posición de exigir. Alguien invirtió millones de dólares en esa bacinilla esmaltada y quiere su dinero de vuelta pero yo decidí que, de mí tiempo, no va a obtener un miserable centavo.

Antes de esto solía pensar que las personas de Facebook e Instagram eran merecedoras de compasión. Esa imperiosa necesidad de mostrar sus raquíticos logros a un público insignificante me daba grima. Empero, la fauna de Twitter no es diferente. Si los homúnculos de Facebook e Instagram pretenden deslumbrar con un viaje o con unas tetas, los engendros de Twitter pretenden hacerlo con sus ridículas posturas. Posturas que a menudo, huelga decir, sobrepasan los niveles de infantilismo que cualquier adulto debería permitirse. En Twitter abundan el reduccionismo, la mediocridad y la ignorancia. Ah, y también los imbéciles. Más que todo estos últimos.

Meses atrás leí un pequeño post del ingeniero Gustavo Rubio en el cual decía:


Solía entretenerme, informarme y hasta divertirme bastante utilizando la red social del pajarito azul, hasta que se convirtió en lo que considero un «echo-chamber» controlada por la mal llamada «izquierda» o como despectivamente se le llama ahora «los progres«. Lo que en algún momento solía ser una red social establecida como más o menos seria se convirtió en la policía del pensamiento y del aceptar o cancelar.


Estoy de acuerdo. La progresía se tomó Internet e instauró la dictadura de la cancelación. Los imbéciles del cyberintestino se arrogaron el derecho de aprobar o rechazar a los demás. En su perenne pugnacidad, diariamente se trenzan en discusiones que un simio intoxicado con tolueno encontraría ridículas. Pero para ellos es su gran gesta, ese será su legado. En 40 años le contarán a los otros viejos pedorros del asilo de caridad que en su años mozos fueron jóvenes muy combativos. Combatieron el fascismo con tweets y enfriaron el planeta con hashtags… ¡Eh! Aguanté mucho.

Como estoy suscrito a un par de servicios premium que me envían al correo todo el acontecer económico no creo que extrañe la red social. Tal vez extrañe a los hackers porque en Twitter los hay (y buenos) pero ya encontraré la forma de mantenerme actualizado.

También estoy en un grupo de Telegram de inversionistas del mercado local. Allí se habla mucha mierda pero por lo menos es mierda temática. Lo importante es que entre sus deposiciones de vez en cuando sale alguna información de valor. Tampoco se puede pedir más por algo que no estoy pagando, ni más faltaba.

Con el cierre de mi cuenta en Twitter termino de eliminar toda presencia en redes sociales. Y la verdad es que eso me parece estupendo.