A propósito de las elecciones en Venezuela, anoche estuve pensando un buen rato en la forma como los latinoamericanos interpretan el mundo. Al final concluí que nuestros pueblos están condenados al eterno fracaso porque, salvo contadas excepciones y aunque muchos ni siquiera lo sepan, en la práctica casi todos son socialistas.
Socialismo y educación.
Puede parecer absurdo. ¿Cómo podrían ser socialistas sin siquiera saber qué es el socialismo? Es cierto que la mayoría de latinoamericanos no tocan un libro ni con guantes de neopreno pero, también es cierto, que casi todos recibieron esa monstruosidad que en ese continente llaman «educación».
Fue allí, en la «educación», donde les fue inoculado el germen del socialismo. Ellos no saben de forma académica qué demonios es el socialismo, ni cuántos millones de hambrientos ha dejado en las naciones donde se ha implementado, pero lo que sí «saben», porque así los «educaron», es que tienen derecho a quedarse con una parte de lo que otros han conseguido. Es decir, nunca han leído a Marx pero piensan que robar es un derecho. Son marxistas naturales.
Así mismo, en el continente donde buscan la paz premiando a los criminales, quienes roban, matan, secuestran y extorsionan son héroes mientras que, aquellos que crean empresas son malvados explotadores.
Hace poco en Colombia, el mingitorio del infierno, el sombrero del secuestrador, extorsionista y asesino Carlos Pizarro fue convertido en símbolo de la paz. Al mismo tiempo, desde el gobierno central, se buscan formas de perjudicar económicamente a las empresas del grupo Aval. Lo bueno es lo malo como en la distopía orwelliana.
Quienes —desgraciadamente— somos latinos, recordaremos que en la escuela los adoctrinadores no ahorraron elogios para referirse a Bolívar y demás «libertadores». Tal vez esos personajes nos independizaron de la corona española pero nos condenaron al caos, al desorden, a la corrupción, a la irrelevancia, al aislamiento y al fracaso que hoy, 200 años después, indiscutiblemente somos.
Esto no es una opinión. Cualquiera puede investigar por su cuenta cómo era la vida en la Venezuela sometida al imperio y cómo es ahora, en la Venezuela libre, digna y soberana… El escritor Eduardo Escobar decía que las tales independencias no fueron más que «cómicos heroísmos de patanes». Al final, lo único que se logró fue reemplazar a los burócratas ibéricos por unos burócratas criollos más voraces, rapaces, ignorantes, vulgares, incapaces e ineficientes.
Hace poco estuve en un evento académico en la Universidad de Antioquia y, en muchas de sus paredes, había graffitis exigiendo la libertad de una alumna encarcelada. Busqué el nombre de dicha alumna y resulta que está en la cárcel por terrorismo, secuestro y extorsión. Para los homúnculos es inadmisible que una secuestradora vaya a prisión. Esto se debe a que, según sus educadores, uno de los derechos que les han arrebato durante siglos es el derecho a despojar a otros de sus bienes.
Crianza y socialismo.
Los jóvenes letrinoamericanos reciben el socialismo en la casa, en la calle y en la escuela. Es el equivalente a que en la casa les peguen, en la calle los roben y en el colegio los violen.
Son pocos los hogares latinoamericanos donde no se exhorta a los chicos a convertirse en funcionarios públicos, es decir, en dotores, ergo en ladrones.
En cada pequeño pueblo de América Latina hay cientos o miles de jóvenes que sueñan con terminar su bachillerato para entrar a trabajar en la alcaldía, en el concejo municipal o en la policía. Otros, los más ambiciosos, van a la universidad a profesionalizarse en el oficio de robar.
Casi nadie en América Letrina quiere escribir un software que automatice procesos. Son contados los jóvenes que quieren crear nuevas válvulas cardiacas. En cambio, son millones de embriones de parásitos quienes quieren ser abogados y sociólogos para colgarse de las tetas públicas hasta dejarlas convertidas en tripas macilentas. Es el derecho que los latinos tienen a vivir a expensas de otros.
Los diplomas son muy preciados en América Letrina porque dan acceso a tajadas más grandes del erario. La relación es directa: a mayor cantidad de diplomas, más podrán robarle al ciudadano que produce. El funcionario bachiller roba barriendo primero la acera del comerciante rico; el funcionario técnico roba trampeando la conexión de energía de una empresa para que pague menos en la factura y, el parásito profesional, o sea el dotor, roba torciendo el fallo judicial a favor de su padrino político.
«Estudie para que sea alguien en la vida», le dicen en casa a todos los jóvenes latinoamericanos. Estudie quiere decir acumule diplomas así nunca produzca más que mierda y CO2 y ser alguien quiere decir ser funcionario. El mayor orgullo de un padre latinoamericano es tener un hijo dotor, o sea un hijo delincuente.
A veces el orden se pervierte y algunos iletrados llegan a las máximas posiciones de poder. Unos son ladrones autodidactas, se forjan a sí mismos. Otros, como el dictador Maduro, son creaciones de organismos superiores. En este caso, Maduro fue creado por el Minint cubano al igual que Ortega, el tirano de Nicaragua. Nunca, aunque así parezca, se trata de coincidencias o golpes de suerte. Todo hace parte de un plan bien estructurado y holgadamente financiado.
Maduro no es un ignorante como todos piensan. Ese es el papel que le ordenaron interpretar para que pareciera un hombre del pueblo. En realidad ese sujeto sabe muy bien lo que hace. La destrucción de la economía venezolana, y la ruina en que vive esa sociedad, no son fracasos de su gobierno, todo lo contrario, son sus mayores éxitos porque para eso lo pusieron allí. ¿Cómo podría mantenerse un régimen como el cubano en prosperidad? Quien controla lo que usted pone en su mesa, sea con libretas de racionamiento o con cajas CLAP, lo controla todo.
La ideología que se imparte en los hogares y en las aulas latinoamericanas solo puede existir en el caos, la miseria y el atraso. Así, cuando un país de la región da señales de estar progresando, debe llevarse de vuelta a las penurias, las privaciones y la indigencia. Es la forma de justificar la existencia de centenares de instituciones: innecesarias unas, redundantes otras y delincuenciales todas. La sociedad, los individuos y sus exiguas rentas han sido secuestrados por los delincuentes diplomados.
Incluso dentro de un mismo país, si una región progresa más que el promedio (por ejemplo Antioquia), esta debe culparse del atraso en que se encuentran sus pares (por ejemplo Guajira). De esta forma se crea un enemigo imaginario, se libra de responsabilidad a los verdaderos culpables (los parásitos), y se garantiza que todos se puedan igualar por lo bajo. Para la intelectualidad letrinoamericana, progreso significa repartir equitativamente el hambre.
Esto es común en todos los pueblos ubicados entre el río Bravo y la Patagonia. Más al norte, nadie piensa que la mala situación económica de Michigan sea causada por California. Quizás se deba a que en estos países los profesores universitarios no hacen parte de organizaciones que cargan burros con explosivos y a que los secuestradores son llevados a la cárcel o al cementerio y no al Senado (y mucho menos a la Presidencia como ocurre en Colombia).
Casi todos son socialistas.
En Venezuela y en Colombia hay muchas personas contra Maduro y contra Petro, respectivamente, pero muy pocas contra el socialismo. Si usted le pregunta a cualquier venezolano (o colombiano) si se debería eliminar el asistencialismo estatal, la respuesta, con absoluta seguridad, será un NO rotundo. Lo que ellos quieren es que el socialismo funcione. Es lo que producen las aulas de clase.
Los venezolanos salieron a parasitar recorrer el mundo en chancletas. Sin embargo, hay que acotar que se fueron de su país porque se acabó la plata que les daban. No huían del socialismo, huían de Maduro. Ellos llegaron a otros países a hacer lo mismo que hacían en Venezuela: a pedir subsidios, vivienda gratis, salud pública y, desde luego, la causa de todo sus males: educación. Ocupaban viviendas ajenas como lo hacían en su país, vivían sabroso sin aportarle nada a la sociedad y lo presumían en sus redes.
En Venezuela no quieren a Maduro porque se robó acabó la plata que les daba de limosna. Ellos quieren un dictador más generoso. También les molesta que sea un patán, un chabacano sin modales, un obeso ordinario. En su lugar, lo que quieren es un socialista educado, o sea uno que tenga bastantes diplomas; uno que entre con sus Ferragamo en los tugurios de la pobresía y los abrace mientras sus sacamicas le toman 800 fotos. Se cansaron de ver a ese simio gordo bailando en sudadera y ahora quieren un Trudeau de traje. Algunos hasta se conformarían con un Petro de discursos rimbombantes aunque mastique con la boca abierta.
Los latinoamericanos no se cansan del socialismo porque casi todos, así no lo sepan, son socialistas. Se cansan es del gobernante de turno pero el modelo les sigue pareciendo genial. ¿Cuántos latinoamericanos piensan que la vivienda NO es un derecho sino un deber que cada individuo debe procurarle a su familia? ¡Ninguno! Todos piensan que el Estado debe darles casitas y trabajitos y diplomitas y operarles la gripe.
No sé cómo vayan a resultar las elecciones en Venezuela. Lo más seguro es que el tirano se robe nuevamente la presidencia. Lo que sí sé es que esa nación ya no tiene futuro. El socialismo encarnó en esa sociedad y ya no hay forma de extirparlo. Lo que la mayoría de ellos quieren es que de la nada aparezca la plata que los siga manteniendo un mes más, un año más, una década más. Tal vez algún día cambien de gobernante pero no de modelo.