Un viejo amigo me pidió investigar un objetivo de su interés. Eso lo hago con agrado porque me gusta hacer Osint. Pero este post no es sobre inteligencia de fuentes abiertas, ni sobre las aplicaciones que uso para hacerla. De eso ya he hablado bastante en el blog. Este es un post sobre minimalismo digital. Es una entrada sobre el grotesco show en el cual los patéticos mamíferos de Internet han convertido sus vergonzosas y aniquilables existencias.
En los navegadores de mi SO laboral tengo bloqueados los dominios de las principales Letrinas Sociales. Eso me evita el trago amargo de ver, así sea por carambola o por accidente, el grotesco show que a diario se presenta en esos pozos sépticos. Empero, en mi Kali Linux no puedo bloquear esos dominios porque, quiera o no, me guste o no, una gran parte de las investigaciones Osint se hacen en esos inodoros rebosados.
Durante esta investigación me encontré con tres grotescos shows que me hicieron vomitar sobre el teclado. Veamos.
El grotesco show de la muerte.

A todos nos duele la muerte de nuestros seres queridos. Pero no todos hacemos de sus muertes un espectáculo bochornoso. Eso, y mil cosas más, es lo que diferencia a los seres humanos de los homúnculos de las redes sociales.
Al sujeto de la foto le pareció una gran idea subir las fotos de su hijito muerto. Llegué a ese perfil por accidente investigando un objetivo de interés y no lo podía creer. ¿Qué clase de hijueputa hace eso? Pues un hijueputa de Facebook, claro está.
Y como el algoritmo, Incordio, detecta en qué ponemos nuestra atención, durante el resto de la investigación me siguió mostrando más de lo mismo.
Es sorprendente la cantidad de enfermos mentales que usan la muerte de sus seres queridos para generar lástima y conseguir interacciones en esas cañerías.
El formato es casi siempre el mismo: una foto del muerto cuando estaba vivo (este orate solo fue un poco más lejos) y una frase lastimera que indefectiblemente contendrá la frase: vuela alto. ¿Ah? ¿Vuela? ¿A dónde? No, no vuela. Ni alto, ni bajo, ni de espalda, ni baila ni nada. Los muertos no caminan, ni corren, ni gatean, ni vuelan, ni mean ni hacen nada porque ¡están muertos! ¿Por qué nos es tan difícil admitir que nuestra existencia es finita? Maduren ya, patéticos hijueputas.
Pero volvamos a esa perturbadora necesidad de generar lástima y conseguir interacciones con la muerte. Es decir, el tipo o le entregó su teléfono a alguien y le pidió que le tomara las fotos sosteniendo el féretro con la criatura adentro, o alguien motu proprio le tomó las fotos y luego el padre le pidió que se las enviara. En ambos casos no queda más remedio que concluir que ese malparido está loco.
Observación: viendo las fotos del bebé y de su padre me surge una inquietud: o Mendel no sabía un carajo de lo que hablaba o a este güevón le metieron un golazo de antología.
El grotesco show del amor propio.
El mundo se llenó de gentecita que cree haber encontrado todas las respuestas a las dudas ontológicas en los libros de autoayuda. Deepak Chopra, Wayne Dyer, Osho y miles mas. Todos ellos estafadores de altísimo nivel que convencieron a estos macacos de que sus relumbrones y obviedades eran verdaderas epifanías.
No es que yo pretenda que la gente que está en Facebook dándole like a la foto de un bebé embalsamado lea a Tolstói, a Miller o a Rabelais. De ninguna manera; a ellos, dadas sus limitadísimas capacidades, les viene bien Osho. Lo que me gustaría es que dejen de pretender convencernos de que sus enfermedades, complejos e inseguridades son fortalezas admirables.
¡Mírenme, mírenme! Cualquier excusa, cualquier mentira, cualquier tontería, por disparatada que sea, les servirá para pedir —a gritos mendicantes— ser visto/as. Día tras día tras día de sus infernales vidas necesitan ser validados por otros. Un día sin validación externa es un día que los acerca a la muerte por mano propia. Dios no lo quiera y no nos prive de semejante capital humano…
La foto de las estrías no es sobre las estrías. Es sobre mostrar el culo. Con las estrías pretende convencernos de que no le importa su apariencia mientras muestra el culo para que otros elogien precisamente su apariencia. Intento pensar en algo más patético y por más que me esfuerzo no lo consigo. Es un espectáculo tristísimo.
Y si el lóbrego espectáculo de mostrar el ano porque están orgullosas de sus codos es tristísimo, las frases con que acompañan sus gritos de auxilio son entre hilarantes y lacrimógenas. Algunas de estas frases son tomadas de los libracos de autoayuda (lo único que leen), otras son de sus propias cosechas, unas y otras dignas de estar en el parnaso de la ridiculez contemporánea.
En el grotesco show del amor propio, además de la insegura, participa otro interviniente. Juntos forman un binomio indivisible. Se trata del onanista contumaz. Es él quien se encarga de dar la limosna, la validación, el falso elogio, la moneda de cambio de este vulgar circo.
Es el onanista cerril quien le dice a la obesa que su hipertensión es sexy, a la enana que los perfumes finos vienen en envase pequeño y a la mueca que su sonrisa le llena el alma. Cualquier ser vivo será digno de elogio para el onanista porque con cualquiera que le siga el juego se conformará. Son ecuménicos y adaptativos. Esa es una cualidad que debemos reconocerles.
El grotesco show de la solidaridad.
En la espantosa bacinilla esmaltada que son las redes sociales las tragedias son bendiciones. Una masacre, un terremoto, una inundación. Todo les sirve para posar de sensibles y solidarios. El verdadero propósito es, desde luego, obtener likes, y de ser posible, presumir algo.
Si la tragedia en cuestión fue en Francia, y el personaje ávido de validación estuvo en Francia, será la oportunidad perfecta para recordarle a su audiencia de homúnculos su viaje internacional.
No importa si su viaje fue hace 30 años, la tragedia ocurrida es perfecta para recordarle a los demás fetos que él estuvo allí y se salvó por poco: 3 décadas que no son nada frente a la eternidad…
Pero la foto es solo una parte del show egótico. Con ella el limosnero de atención demuestra que puede pagar un boleto de avión. La segunda parte del sainete, de igual importancia, es el mensaje que acompaña dicha imagen: Paris, cuando te conosi no imajine que pudiera pasarte algo hasi. No encuentro las palabras para espresar mi tristesa. Desde la distansia con lagrimas en mis hojos te enbio toda mi solidaridat. Osnaider.
La tragedia en el extranjero es una bendición si el enfermito alguna vez viajó a ese lugar porque mata dos pájaros con un solo tiro: presume su viaje y finge sensibilidad. Sin embargo, las tragedias domésticas también se pueden aprovechar para mendigar unos likes. Sea en Curumaní, en Pangote, en Covarachía o en Repelón; sea que haya estado allí o no; de cualquier forma puede obtener su dosis de validación. Algunos incluso pueden presumir su viaje a Paris con una tragedia doméstica usando un hashtag del tipo: #JeSuisRepelón. ¿Por qué no?
Le tuve que decir a mi viejo amigo que debía parar la investigación por un momento. Al menos hasta que me pase el asco de saberme parte de la misma especie que esos hijueputas. Qué horror.