Estamos siendo testigos de un momento histórico que las siguientes generaciones tal vez no puedan estudiar porque estarán muy ocupadas viendo memes y haciéndose selfies para intentar (en vano) llenar con zalemas hipócritas (likes) sus insustanciales vidas de mierda. El fenómeno no es nuevo, los subnormales siempre han sido mayoría pero ahora, gracias a la tecnología, son más visibles. Lo que estamos viendo es nada menos que el levantamiento de los idiotas.
«Google y otras compañías socavan nuestra capacidad de pensar de manera profunda, crítica y conceptual, nos empuja hacia un pensamiento superficial y alejado del rigor.» —Nicholas Carr.
Millones de zombies madrugan a dar asco en Internet. ¿Cuál será el tema del día? No importa. Sea cual sea, participarán. ¿Qué más podrían hacer? ¿Acaso tienen opción? Son idiotas y su misión es demostrarlo. Que no quede duda. Que en ningún rincón del planeta quede duda. Cuando todos los idiotas de una misma corriente ideológica confluyan en una misma red social comenzará el Armagedón. Sus enemigos: los idiotas que el algoritmo les ponga (o les oponga).
El idiota no entiende cómo funciona. Como el algoritmo de Incordio le muestra, en mayor medida, contenidos personalizados, él cree que muchas mentes prodigiosas están de acuerdo con él. ¿Cómo podrían tantos estar equivocados? ¡Hago parte del lado correcto! Se dice para sí mismo el idiota y se acaricia la cabecita.
Después, el mismo algoritmo le mostrará un poco de lo opuesto, del lado incorrecto, y eso despertará la ira del idiota. Es aquí que nuestro querido idiota se pondrá sus chancletas de combate y se lanzará a la batalla de ideas. ¿El objetivo? Demostrarle al idiota enemigo que está equivocado. La guerra ha comenzado, el choque no se puede evitar. Alea iacta est.
Inmerso en su escaramuza, el idiota hará uso de todas las falacias existentes para demostrar que tiene la razón y avasallar a su oponente. Solo tiene un pequeño problema: su estúpido rival hará la propio y en eso se les irá el día, la semana, la vida. Pero, ¿acaso importa?
Estos idiotas no son una nueva especie. Son la evolución de los idiotas que los precedieron. Sus ancestros también eran idiotas pero diferentes. Una de las muchas diferencias, es que los viejos eran idiotas productivos y los de ahora no sirven ni para hacer croquetas para perros (se intoxican). El idiota de antes se vestía bien para salir al mundo a dar asco. El de ahora lo hace en pijama y desde su cama comiendo papitas.
«Las redes sociales le dan el derecho de hablar a legiones de idiotas que primero hablaban sólo en el bar después de un vaso de vino, sin dañar a la comunidad. Ellos eran silenciados rápidamente y ahora tienen el mismo derecho a hablar que un premio Nobel. Es la invasión de los idiotas.» —Umberto Eco.
¿Qué cambió entre una generación de idiotas y la siguiente? Dos cosas: el tamaño de la pantalla y la aparición de las redes sociales. Cuando los teléfonos eran teléfonos, éramos idiotas pero la onda expansiva de nuestra imbecilidad solo aturdía a nuestros allegados. Con la transformación de los teléfonos en dispositivos mucho más inteligentes que sus dueños, nos convertimos en la bomba atómica de la estulticia. Nótese que lo digo en plural participativo.
La pantalla aumentó su tamaño para aumentar la distracción y las redes sociales aparecieron para secuestrar el tiempo del idiota. Receta deletérea. Pero aún se necesitaba un anzuelo que enganchara al palurdo y la carnada estaba en nuestros orígenes. El ser humano es un simio gregario, necesita pertenecer a un clan para no perecer en el medio hostil. Cuando los chiquillos de Silicon Valley lo averiguaron crearon las comunidades virtuales. En ellas, los idiotas se sentirían acompañados y reforzarían su cretinismo (ya de por sí alarmante cuando creían ser pocos).
Si antes se reunían en un parque dos o tres idiotas a intercambiar sus delirios, ahora se podían reunir por miles o millones. No tenían que hacer mucho para entrar en contacto. Basta con darle click a un enlace, en fijar la mirada sobre un titular o en dar un like. El algoritmo hará el resto para ponerlos en contacto. En Colombia, miles de idiotas se reunieron en Internet y acordaron incendiar las ciudades. Y lo hicieron. Ellos creían que estaban destruyendo comercios y decapitando motociclistas por el bien de todos pero, como siempre, solo estaban siendo instrumentalizados. Ni uno solo de esos idiotas podría enumerar tres factores que afecten la tasa de cambio, pero ellos estaban reivindicando a las víctimas del malvado neoliberalismo opresor. Al final, las mentes maestras obtuvieron lo que querían (el poder), y ellos siguen siendo tan miserables y tan idiotas como siempre. ¡A la carga mis idiotas! Berreó el demagogo y ellos obedecieron.
Si algo hay que reconocerle al idiota digital (antes era solo idiota) es su indeclinable compromiso. El idiota digital no descansa. Él o ella están comprometidos con su causa (avergonzarse a sí mismos, será). Para ellos no hay fechas especiales ni festivos, el día y la noche son solo escenarios de combate con diferentes intensidades lumínicas. Ellos no soltarán el teléfono ni dejarán de rascarse el culo hasta vencer o morir (de viejos sin haber hecho nada con sus insignificantes vidas).
Esto último no quiere decir que el idiota no tome descansos para recargar su artillería. ¡Claro que los toma! Total no tiene nada más que hacer. El idiota tiene momentos de asueto. Ni más faltaba. En esos momentos de holganza pone en orden sus brillantes ideas, consume contenido de otros idiotas y aporta su granito de caca a la frivolidad de las redes sociales, su hábitat.
Si el idiota sale a comer, debe mostrarle al mundo su comida; si toma una cerveza, ídem; si viaja, no se diga más, cada segundo del viaje debe ser compartido. ¿Una gaviota? Foto, ¿un cangrejo? Foto. Fotos y más fotos con metadatos que otros extraen y aprovechan. ¿Bajó de peso? Foto. ¿Ya se ven los músculos abdominales? Foto. Lo sé porque hace mucho yo también fui un idiota de las RR. SS., y el mundo conoció mis oblicuos.
El idiota cree que tiene la capacidad de cambiar el mundo con su activismo pero ni siquiera puede entender que cuando participa en las dinámicas tipo «sube una foto comiendo excremento» lo están perfilando. No le alcanza para entenderlo y así cree ser la fuerza que impele los cambios estructurales que la sociedad necesita. Él solo se está divirtiendo. Y tiene derecho, después de tanta lucha cómo no, claro que tiene derecho al esparcimiento, ¿y qué mejor que divertirse con los otros idiotas enajenados del frenocomio?
Sé que esto es un disparo al aire. Al final ellos ganarán. Sencillamente son demasiados para contenerlos. Las personas seguirán utilizando los servicios de Incordio, seguirán navegando con sus identidades desnudas y seguirán creyendo que pertenecen a algo (y aferrándose a ello). La idiotez no se va a curar porque una minoría como los minimalistas digitales lo queramos pero este es mi blog y quería escribirlo. Hasta la próxima.