Me temo que si Umberto Eco hubiera conocido a los influencers actuales le habría agregado un par de palabrotas a su opinión sobre las redes sociales. Por fortuna para él, partió de este mundo sin haber consumido el asqueroso contenido que esos badulaques producen.
La televisión ha promovido al tonto del pueblo, con respecto al cual el espectador se siente superior. El drama de Internet es que ha promocionado al tonto del pueblo al nivel de portador de la verdad. —Umberto Eco.
Internet es una herramienta maravillosa. Ha conseguido que millones de imbéciles se ganen la vida sin tener ningún talento real ni nada que aportar. Si esos idiotas —los influencers y sus seguidores— hubieran nacido 20 años antes, habrían tenido que usar la fuerza bruta para obtener algunos mendrugos mohosos y no morir de inanición.
Pero por fortuna para ellos, nacieron en la época del rebaño digital: la mayor aglomeración de cretinos transfronterizos jamás imaginada por nuestros ancestros. ¡Qué suerte tienen! Antes de Internet, los individuos menos capaces, como ellos, estaban al servicio de los cerebros más cultivados. Ahora, se han invertido los papeles y los subnormales han tomado la delantera.
La dependencia incontrolable y enfermiza de esta prótesis tecnológica […] Cambia los hábitos, el acceso al conocimiento, la capacidad de reflexionar, encierra en una burbuja, hace confundir la vida digital con la vida real, acaba con la privacidad, induce a un exhibicionismo estúpido, favorece la superficialidad, nos distrae a base de anécdotas, todo se convierte en un juego… —Josep Burgaya.
¿Quiénes son los influencers?
Por definición diríamos que los influencers son personas que, gracias a sus amplios conocimientos y vasta experiencia demostrable en temas concretos, se convierten en referentes de otros y pueden tener un papel protagónico en la toma de decisiones de quienes los siguen.
Esta sería la definición en un mundo regido por leyes naturales. Sin embargo, en la idioteca que nos hemos convertido, los influencers son todos. Cualquiera puede serlo y la mayoría de personas con acceso a Internet quieren serlo.
De hecho, de una u otra forma, la mayoría de internautas intentan ser influencers. Con cada selfie que suben, cada una acompañada de la consabida e insulsa frase cliché, pretenden influenciar a otros para que sean como ellos. ¿No son adorables?
Es tragicómico pero es cierto: pretenden que sus vidas corrientes de mierda sean un ejemplo a seguir. Están tan autoengañados con respecto a su valía que piensan que, si todos fueran como ellos, el mundo sería un lugar mejor. Es Narciso frente al espejo del gimnasio metiéndose supositorios de trembolona por el culo y fumando crack.
Quien se toma fotos frente al espejo poniendo boca de pato no está para leer los Diálogos de Platón o el existencialismo de Heidegger. Sin embargo, alguien debe decirles que si les gusta leer a Walter Riso, a Deepak Chopra o al cura Gallo, procuren no compartirnos sus relumbrones porque es como si alguien subiera una foto comiendo excremento y la titulara: aquí siendo gourmet. —Karniv Stekel.
Como vivimos en un mundo donde la semántica pasó de moda y las cosas pueden llamarse como cada uno quiera, creo que una mejor definición de influencer sería: persona sin escrúpulos seguida por multitudes sin cerebro. Así, eliminamos de la ecuación el estorboso conocimiento, la innecesaria experiencia y cualquier mediocre puede convertirse en el próximo gurú. ¡Enhorabuena!
Dos casos patéticos.
No consumo la mierda el contenido que producen los influencers pero consumo contenido sobre psicología e inversiones. Y estando en eso llegué, o más bien el algoritmo me llevó, a dos casos patéticos: el de un tal Amadeo Llados y el de un tal Dalas Review, dos personajes ridículos que encajan a la perfección con mi definición de influencers.
Lo que he reído con los casos de estos imbéciles y sus patéticos seguidores es incuantificable. Veamos un resumen de cada ridículo caso.
Caso 1: Amadeo Llados.
Amadeo Llados encarna en su aspecto, actitud y nivel intelectual el estereotipo grotesco de los influencers actuales (digitales). No le falta un átomo del arquetipo al punto que, en adelante, cada vez que escuche o lea la palabra influencer, pensaré en Llados.
Se trata de un personaje caricaturesco, como todos ellos, que enseña a sus seguidores a ser mejores personas, es decir, a ser como él, o sea: frívolos, ignorantes, predecibles, interesados, vulgares, corrientes, crueles y ventajosos.
Llados vende cursos, charlas motivacionales y mentorías. Cómo no. ¿Por qué privar al mundo de su invaluable conocimiento? En ellos, enseña a sus seguidores a ser millonarios y exitosos como él —y según él.
El gancho es el mismo que usan casi todos los vendehumos: presumir unos autos cuyas matrículas y títulos de propiedad nunca se muestran; unas mansiones que después podemos ver en plataformas como Airbnb; aviones privados que no sabemos si salieron del hangar y paseos en yates alquilados con mujeres alquiladas.
Pensemos en eso: el gancho para captar audiencia es mostrar sus pasivos (asumiendo que sean suyos). ¿Se puede ser más estúpido? La audiencia de este sujeto se deslumbra por los bienes que sacan dinero de sus bolsillos. ¿No debería ser al revés? En un mundo habitado por seres inteligentes, sí, pero en un mundo habitado por personas que leen a Robert Kiyosaki para aprender a invertir, da igual.
Amadeo Llados es un fanfarrón patético pero sus cursos y charlas son, además de patéticas como él mismo, peligrosas: quien las presencia corre el riesgo de carcajearse hasta morir asfixiado. Algunos periodistas se han infiltrado en sus mentorías y el resultado es para cagarse de risa.
Si tienes panza, te faltas al respeto. Si no tienes dinero, te faltas al respeto. Es una fucking vergüenza que pasees tu panza por el mundo y tu cuenta del banco vacía y no te dé vergüenza. —Amadeo Llados.
Lo que pudimos ver es que las mentorías de Llados son sesiones en las cuales el exitosísimo mentor insulta sin tregua a sus discípulos, los menosprecia, los manipula e intenta convertir lugares comunes, como que madrugar es la clave del éxito, en prodigiosas revelaciones. Sus brillantes disertaciones están cargadas de oprobios hacia quienes ganan poco dinero y de baldones y denuestos hacia quienes acumulan algo de grasa abdominal. La palabra que más se repite en sus ostensivos monólogos es fucking. De ese nivel es su magisterio.
Para mí no es claro cómo es que Llados enseña a sus pupilos a ser millonarios. Tal vez se deba a que sus enseñanzas son demasiado complejas para mi escaso criterio. Veamos algunos ejemplos: según Llados, cualquier situación adversa que se nos presente en nuestro camino al éxito, la debemos resolver haciendo burpees. Otras cosas que aprendí de Amadeo Llados es que dormir es de pobretones y que la depresión no existe. La psiquiatría moderna tiene los días contados.
Pero veamos qué encontró una persona que se infiltró en la mentoría de Llados:
En defensa del avivato Llados hay que decir que si existen personas lo suficientemente estúpidas para creer todas esas idioteces tal vez merezcan ser esquilmadas. Puro darwinismo moderno.
Caso 2: Dalas Review.
Si el caso de Llados y sus asnos seguidores le pareció ridículo, el caso de Dalas Review le va a volar la cabeza. De todos los influencers actuales este sujeto es quizás quien mejor representa a su especie.
Dalas es un individuo que cuando habla hace que uno quiera abrazar un diccionario y llorar. Su lenguaje es tan limitado como el de una roca pero ha sido suficiente para amasar una considerable cantidad de seguidores. Seguidores que, al igual que ocurre con los de Llados, están dispuestos a seguir a su Mesías hasta el fin del mundo.
Y Dalas, desde luego, también es un exitosísimo emprendedor. Creó un videojuego con unos pocos elementos plagiados, una red social sin censura que promete desbancar a YouTube e Instagram y, recientemente, una criptomoneda que va a enriquecer a todos aquellos que inviertan en ella. Hasta ahora las cosas no han salido bien pero es solo cuestión de tiempo para que todas las promesas se cumplan.
El caso de su criptomoneda es digno de estar en los anales de la estulticia. Y sus seguidores en los de la oligofrenia. Dalas creó una memecoin llamada Pambi con la cual prometía enriquecer a sus seguidores. Empero, las cosas tomaron otro rumbo y todo parece indicar que el único beneficiado fue, precisamente Dalas.
La cosa fue así: Dalas y su equipo de estafadores técnico crearon una moneda respaldada con el amor del gurú, sus seguidores invirtieron en ella, el precio subió y, cuando estaba arriba, las billeteras con mayor número de tokens, presuntamente asociadas a Dalas y a su pandilla equipo, vendieron desplomando el precio y quedándose con el dinero de los imbéciles inversionistas. Clásico pump and dump. Hoy el precio de Pambi es cercano a $0 —y a mí me parece que sigue siendo cara.
Al principio Dalas negó haber tenido que ver con el desplome de su propia moneda pero un error lo dejó en evidencia. En una de sus airadas salidas, por error dejó ver la dirección de una de sus wallets. Muchas personas se dieron a la tarea de auditar los movimientos de esa wallet en la blockchain y, ¡oh sorpresa! Era una de las mayores vendedoras del token Pambi. Al final tuvo que aceptar que sí había vendido su propio token aunque, como era de esperarse, dijo haberlo hecho por el bien de su comunidad.
Hasta aquí es un timo clásico pero lo que viene supera cualquier cosa que hayamos visto en el retorcido mundo de los influencers. Para resarcir el daño causado a sus seguidores, Dalas creó una nueva moneda llamada PambII con la cual, según él, las víctimas iban a recuperar el dinero perdido y, naturalmente, amasarían una fortuna incalculable.
Pero el destino tenía otros planes y PambII hizo lo mismo que su predecesora. Bueno, casi lo mismo: Pambi alcanzó a hacer una vela alcista envolvente antes de que drenaran la liquidez. PambII en cambio se quedó en una mecha macilenta que como subió bajó. Hoy su precio también es cercano a $0. Dale señor el descanso eterno.
Lo sorprendente de este caso, y que lo hace digno de estudio, es que las víctimas del primer caso cayeran en el segundo. Y el diagnóstico se agrava si tenemos en cuenta que esas mismas víctimas defienden a quien drenó la liquidez del token, es decir, a quien se llevó su dinero dos veces. ¿Quién podría explicar eso?
Pero ya me cansé de hablar de estos repulsivos. Los dejo con un video donde cuentan algunas de las presuntas estafas de este mentecato:
Al final estos son solo dos de una inmensa, interminable, lista de individuos que viven de la estupidez ajena. Los hay en todos los rubros, en todos los idiomas y tienen éxito únicamente porque la humanidad está conformada, en su mayoría, por simios incapaces de distinguir entre la mierda y los diamantes. Por eso mismo el género literario más vendido en el mundo entero es la autoayuda. Predadores y presas. Es lo que hay.