Todos los días la misma hijueputa foto, en la misma hijueputa pose, en el mismo hijueputa lugar y con el mismo hijueputa gesto. La selfitis es pandémica, ecuménica, global. Están por todas partes, se lo tomaron todo, lo empuercaron todo. ¿Qué nos están mostrando? ¿Qué nos quieren decir? ¿Hasta cuándo saturarán el ancho de banda con su estupidez?
Uso una aplicación llamada Days Since para contabilizar el tiempo que llevo haciendo o sin hacer algo. Es muy útil. Al momento de escribir este post llevo exactamente 14 días, 11 horas, 8 minutos y 21 segundos sin ver estados y actualizaciones en los servicios de mensajería.
Me refiero a los estados personales. Los comerciales los sigo viendo por si aparece algún negocio, alguna oportunidad. Pero los personales no los volví ni los volveré a ver. Sencillamente no hay nada que ver, nada que aprender, solo son bytes inaportantes compartidos, en su mayoría, por enfermito/as mentales que intentan converncernos de que su patético narcicismo es una cualidad admirable.
Esto de enfermitos no es una opinión. Mi opinión personal no tiene ninguna importancia. Fue el diagnóstico al que llegó la Asociación Estadounidense de Psiquiatría (APA) en el año 2014. A este bochornoso fenónemo le llamó selfitis y lo describe como:
El deseo obsesivo compulsivo de tomar fotos de uno mismo y publicarlas en las redes sociales como una forma de compensar la falta de autoestima y llenar un vacío en la intimidad.
No es el único trabajo orientado a descubrir la verdadera naturaleza de la estupidez moderna. Campbell y Buffardi, por ejemplo, asociaron directamente la selfitis con el trastorno narcicista de la personalidad (2008). ¿En serio? ¡¿Quién lo iba a imaginar?!
Charoensukmongkol, por su parte, concluyó que la búsqueda de atención, la soledad y el comportamiento egocéntrico tenían una relación significativa con el gusto por las selfies (2016). ¿Gusto? ¿No será una necesidad como aquella que siente cualquier otro adicto? Al final, la selfitis es solo otro comportamiento compulsivo, ¿por qué atenuar las compulsiones conductuales con eufemismos?
Ma et al., describen la selfitis en términos de la teoría de la autopresentación, que se aplica para impresionar a los demás (2017). Liubinienė y Keturakis, profundizan aún más en el patetismo de los enfermitos. Ellos dicen que a menudo se quedan absortos viendo sus propias fotos como si se tratara de hermosas creaciones (2014). Este último paper fue presentado en la Novena Conferencia Global de la Cibercultura en Portugal. No haber ido para presentrar unos casitos…
Ellos saben que están enfermitos. No importa cuánto intenten edulcorar su aciago diagnóstico con frases manidas y clichés bobalicones rebuznados por coaches motivacionales tan sabios e inteligentes como una piedra. Saben que su conducta es patética y se averguenzan de ella. Por eso compran palos para selfie, para que sus fotos parezcan tomadas por un tercero (Dinhopl y Gretzel, 2016). Sencillamente patético.
Son cientos, si no miles, de trabajos realizados y publicados sobre el ridículo asunto de la selfitis. La mayoría de ellos concluyen, casi con unanimidad, lo mismo: que quienes padecen esta penosa condición son patéticos cabezashuecas y que ningún psiquiatra podría curarlos ni siquiera embutiéndoles fluoxetina con una pala.
El aliado.
Pero la selfitis no está sola. De ninguna manera. Cuenta con un aliado de peso. Algo así como la OTAN de la frivolidad y el infantilismo: la infame autoayuda.
La autoayuda y la selfitis siempre van juntas. Se complementan. Son piezas del mismo patético engranaje de autoengaño.
La red que se creó para esparcir el conocimiento (el real) se llenó de charlas Ted, podcasts, cursos, videos y eBooks insulsos donde un/a pendejo/a les dice a otros pendejo/as que deben ser felices. Una genialidad. Y cuando lo dicen ponen cara de estar revelando el secreto mejor guardado del mundo, como si acabaran de descubrir la penicilina o el eslabón perdido.
Es claro que quien se tome fotos frente al espejo poniendo boca de pato no está para leer los Diálogos de Platón o el existencialismo de Heidegger. Sin embargo, alguien debe decirles que si les gusta leer a Walter Riso, a Deepak Chopra o al cura Gallo, procuren no compartirnos sus relumbrones porque es como si alguien subiera una foto comiendo mierda y la titulara: aquí siendo gourmet. La autoayuda es a la literatura lo que el excremento es a la gastronomía.
Estoy seguro de que el 100% de las personas que comparten a diario sus selfies son ávidos lectores de autoayuda. Su frivolidad y poco criterio deberían ser suficientes para dimensionar la clase de porquerías que meten en sus cabezas. ¡Y creen que está funcionando! no, nene/a, la autoayuda funciona muy bien para sus escritores, editores y vendedores, para ti no. Si tú crees que subir todos los días la misma hijueputa foto causa admiración y sube tu valía, créeme, no está funcionando.
En sus chancletas.
Comprendería la selfitis si se tratara de una persona que el lunes barre y trapea la Estación Espacial Internacional, el martes se opera a sí mismo de apendicitis y el jueves gana una carrera de camellos en El Cairo. Pero todos los días la misma hijueputa foto con diferente ropa no. Ya no más, en serio, busquen ayuda.
No es insensibilidad ni estoy haciendo burla de su ridiculez patológica. Tengo muy claro que las personas así están jodidamente enfermas y, de hecho, intento ponerme en sus chancletas. Cuando veo, por ejemplo, la foto de un plato de comida común y corriente, no puedo dejar de pensar en el intrincado proceso mental que tuvo lugar en la cabecita del enfermito cuando pensó: debo compartir con el mundo la foto de este huevo frito. ¿Qué es lo que tienen en la bóveda craneana?
De nuevo, comprendería el propósito de la foto si se tratara de la última cena de Alejandro Magno. Incluso si se tratara del producto final de la digestión de Alejandro Magno pero no de algo tan corriente como sus almuerzos. Cuando veo algo así no puedo más que darle la razón a los investigadores citados: se trata de una penosa cumpulsión sobre la cual los enfermos han perdido el control.
Es doloroso imaginar a una persona que todos los días gasta su tiempo tomando fotos de sí misma, posteriormente dilapida horas seleccionando las mejores, aplicándoles filtros para ocultar la inexorable realidad y todo para compartirlas con una audiencia a la que, o bien no le importa o, en el mejor de los casos, solo se va a burlar de la ridiculez que está presenciando.
La mayoría de las personas tenemos vidas normales, corrientes, que no merecen ser documentadas al segundo. ¿Por qué insistir en ser un/a Kardashian? ¿Por qué es tan difícil madurar y ubicarnos en nuestra realidad? ¿No es mejor vivir en la realidad que insistir habitar en esa grotesca pantomima? Y en caso de querer ser considerados excepcionales, ¿no deberíamos primero lograr algo excepcional? Da grima ver que la tecnología que debió convertirlos en personas sabias los haya convertido en el puer aeternus de Jung.
*Este post lo escribí anoche tras volver de un show. La mayoría de asistentes no supieron de qué se trató el espectáculo pues estuvieron todo el tiempo grabando y haciéndose selfies. Fauna patética.