Internet es el hábitat de los homúnculos y cuando de homúnculos se trata, la libertad de expresión es un error. ¿Por qué debería ser libre de expresarse quien no tiene nada por decir? Lo que diga un homúnculo siempre será inaportante, engañoso y confuso. La Internet que deseo es aquella en la cual los expertos esparcen el conocimiento mientras los ignaros se rascan la cabeza calladitos.
La Internet que deseo ya existió. Es la Internet que precedió al (aciago) advenimiento de las redes sociales, hediondas madrigueras donde legiones de gusanos insignificantes comparten orgullosos sus patéticas miserias: palabritas de aliento a sus equipos de fútbol (que nadie del equipo lee); empalagosos mensajitos de vuela alto para cada puto muerto (conocido o no); la trágica foto del platico de comida que está a punto de iniciar su dramática conversión en algo mucho menos glamuroso; la selfie y la infaltable foto frente al espejo: ese ensordecedor grito de auxilio de quienes necesitan ser vistos, admirados y elogiados para mitigar el insoportable dolor que les causa su bajísima autoestima; las interminables discusiones sobre temas que, evidentemente, sus acalorados intervinientes desconocen y las modas, o como le llaman ahora a los distractores y embrutecedores masivos: lo viral.
Lo viral es lo fácil de tragar: lo sensacionalista, lo escandaloso, lo destructivo, lo vergonzoso, lo vulgar, el entretenimiento barato. La masa demanda lavaza. Nada difícil se hace viral por dos razones elementales: porque los homúnculos no lo entienden y porque las personas con IQ superior a 18 no tenemos redes sociales, ergo no tenemos seguidores a quienes compartirles la estupidez (preferiríamos tener herpes antes que tener seguidores).
Construir la Internet que deseo.
Para poder navegar en la Internet que deseo la tuve que construir a mi medida. Usar mi máquina principal es una experiencia diferente. Minimalismo digital al máximo. Mi SO principal: GNU/Linux Debian 12. Mis aplicaciones de uso diario son (casi todas) libres y de código abierto. Hace años no veo mensajes de licencias, renovaciones, seriales y demás mierdas privativas. 3 navegadores: Firefox para lo relacionado a la ciberseguridad, Brave para lo laboral y Tor Browser para entrar en la red oscura.
Si por error diera clic en un enlace que lleve a cualquiera de las letrinas sociales existentes, esto es lo que vería: un mensaje de sitio bloqueado. Cada uno de los dominios principales de las letrinas, y sus corerespondientes redirecciones, han sido bloqueados. Por mucho que los enfermitos de las redes sociales intenten buscarle el lado positivo a su penosa adicción, lo cierto es que esos sitios no tienen nada que ofrecernos y sí mucho por quitarnos: tiempo, privacidad, tranquilidad, salud mental, ¿sigo?
¿De qué se priva alguien que no tiene redes sociales? ¿De las opiniones de unos completos ignorantes? Creer que quien no usa redes sociales se priva de algo es como creer que quien no come excremento se priva de una gran experiencia gastronómica. Uso IRC en la terminal para entrar a dos canales: uno sobre BTC y otro sobre seguridad informática. Cuando tengo dudas entro a las salas y consulto a los verdaderos expertos, no a unos mentecatos diletantes que madrugan a dar asco.
El correo de Gmail, que uso únicamente para las suscripciones, lo leo desde Thunderbird sin publicidad y con una configuración personalizada; un lector RSS me mantiene al día con los sitios de mi interés (y solo lo reviso una vez por día). Otra aplicación que uso con relativa frecuencia es Telegram. La uso por dos razones: por los grupos, que son muy buenos, y para comprar BTC P2P y sin KYC.
Ninguna de estas aplicaciones tiene mis datos personales. De hecho, se encuentran a nombre de un sujeto que falleció en 1993 😎 ¿Por qué crearía cuentas con mi nombre, apellidos, fotos y ubicación? ¿Acaso soy un imbécil en busca de reconocimiento? Al diablo con esos pobres malparidos limosneros de atención.
Todos necesitamos la opinión de otros pues todos somos ignorantes. El asunto es de quién tomamos la opinión. Los servicios de suscripción tiene un costo que bien puede interpretarse como una inversión. Es preferible pagar un pequeño importe mensual para estar al tanto de aquello que nos interesa que pasar el día buscando información en los estercoleros de las redes sociales. Eso es lo que hago: por unos centavos diarios a mi correo llega toda la información que necesito para tomar decisiones de inversión.
Escucho música libre como en los días de Napster. Veo videos sin interrupciones publicitarias cada 5 minutos. Si necesito un libro lo busco en la oscura y lo descargo. ¿Derechos de autor? Sí, claro… Los documentos importantes se almacenan en frío y los documentos recurrentes se almacenan en una nube segura (paga). No publico estados que permitan inferir mi ubicación real, mi estado de ánimo, mi estado de salud, nada. Siempre estoy en línea pero solo soy accesible para aquellas personas para quienes deseo estarlo.
Escribo mucho y lo hago con Apostrophe, una aplicación estupenda, libre desde luego, con la cual escribo sin iconos, sin colores llamativos, sin distracciones, todo lo opuesto a Word. Es solo un lienzo. En el navegador uso el modo lectura pues detesto la publicidad, los pop-ups, los avisos de cookies y toda esa mierda invasiva que tienen los sitios web que quieren sacarnos las monedas del bolsillo.
Casi siempre estoy detrás de una VPN. Como uso alias de correo, rara vez me llega spam, muy rara vez. Detesto el spam. Lastimosamente aún uso Whatsapp únicamente porque las mayorías lo usan y entre que me llamen o me escriban prefiero mil veces lo segundo. Es quizás el único servicio de Incordio que uso a título personal. Todo lo demás es opaco para los traficantes de datos.
No me gusta usar otros equipos porque en ellos no está la Internet que deseo sino la Internet que destruyeron las grandes tecnológicas. Esa Internet de mierda llena de trackers, de anuncios, de spyware, de opiniones irrelevantes, de cursos de mierda, de vidas impostadas, de entretenimiento barato y embrutecedor, del gordo marica de las visas y de enfermitos mentales pidiendo auxilio con sus patéticas selfies. A esa Internet no pienso volver.