Embrutecidas
Libertas,  Minimalismo

Embrutecidas

La mayoría de personas que conozco están embrutecidas por las redes sociales. Pocos se salvan de la infausta condena contemporánea. Vidas descartables, cabecitas clavadas día y noche sobre la pantalla, emociones exacerbadas. La vana ilusión de pertenecer. La sobreexposición es el precio a pagar. No sé si es dramático o es cómico. Tal vez sea ambas. Lo que sí sé es que vidas así no merecen ser vividas. ¿Para qué?


EmbrutecidasLas cifras de Digital 2022 son aterradoras. Según este reporte, logrado a partir de entrevistar a 900.000 zombies, el promedio global de uso de letrinas sociales es de 2 horas y 27 minutos diarios. Eso es solo en los templos de la frivolidad, la inseguridad, las apariencias y el mal gusto. Otro reporte de Global Web Index informa que, en promedio, pasamos 6 horas y 43 minutos diarios en Internet. Cifra que no sería tan preocupante si fuera produciendo pero, no puedo ser optimista. No en cuanto a esto.

Quedémonos con el primer reporte. El de Digital 2022. 2 horas y media al día en redes sociales. 912,5 horas al año o, lo que es lo mismo, 38 días anuales haciendo scroll. Ese es el promedio mundial. Si miramos el caso particular del país donde lastimosamente nací, Colombia, el estudio nos dice que ellos pasan 57,2 días del año en redes sociales. 2 meses del año consumiendo física mierda. Y la consumen con delectación. La saborean y la comparten. Se revuelcan y retozan en las heces digitales con fruición.

Mis compatriotas de por sí no eran muy brillantes antes de la aparición de estos embelecos. No es que fuéramos la vanguardia en ciencia y tecnología, no, nada de eso. Siempre fuimos una sociedad campirana y provincial. Ahora somos una sociedad campirana, provincial y un poco más embrutecida.

El dato global es pavoroso pero se convierte en tremebundo y terrorífico cuando vamos a los grupos etarios. Según las cifras, los adolescentes pasan hasta 9 horas diarias en línea. Juventudes embrutecidas interactuando con mecanismos, para ellos incomprensibles, diseñados para capturar su atención, acaparar su tiempo y obtener de ellos enormes beneficios. No se puede negar que lucrarse de la improductividad ajena es una genialidad. Y también es una tragedia.

Las 3 ilusiones.

Como usuario que algún día fui de esos pozos sépticos, he identificado al menos 3 ilusiones que las masas embrutecidas persiguen hasta las puertas de la locura.

1. Pertenezco. El usuario medio de redes sociales anhela pertenecer a algo. No bien crea su cuenta busca un bando y adhiere a él. Gregarismo animal muy bien aprovechado por los dueños del algoritmo. Incordio lo sabe y le mostrará todo aquello que refuerze su ridícula ilusión de pertenencia. De vez en cuando le mostrará las publicaciones del bando opuesto para crear el conflicto. Ahora el infantil gregario no solo cree que pertenece a algo, también cree que tiene una misión: imponer sus razones, destruir al bando opuesto. O al menos convencerlos de anexarse a sus toldas. A eso dedicará su prescindible existencia.

En este punto el animal establece vínculos y los atesora. El embrutecido cree que aquellas personas, con quienes comparte su infantilismo, son sus amigos. De verdad lo cree y la frontera se abre. Sale de la caja estúpida y corre en busca de sus pares. Ahora la puerilidad puede verse a los ojos. Entre copas o cafés conversan de lo único que tienen en común: la caja de Skinner. ¿De qué otra cosa podrían hablar? Su único punto de cohesión es el algoritmo que los embrutece pero ellos no lo notan. De verdad creen que tienen mucho en común y agradecen al destino por cruzarlos. La mayoría de sus amigos pertenecen a la caja. No critiquen algo tan tierno.

2. Aprendo y comparto mis dones. Si por algo se caracterizan las masas embrutecidas es porque, según ellos mismos, son expertos en todo. No sé cómo pudieron volverse expertos en nada pasando 9 horas diarias viendo memes, pero lo son. O al menos eso creen ellos. Y sus pares, desde luego, lo confirman, lo validan y lo celebran. La experticia, otrora reservada para los abnegados, ahora puede adquirirse por arte de birlibirloque leyendo un par de posts. ¿Libros? Meh, ¿para qué? Con un hilo de Twitter puedo volverme experto en cualquier área del conocimiento. Desde microbiología hasta macroeconomía. La frivolidad de sus vidas ocupando el lugar del saber real, aquel que se obtiene con tiempo, errores y mucha práctica.

Pero no solo aprenden. También enseñan. Su experiencia recién adquirida debe ser compartida. El sueño de Stallman materializado por pitecántropos. Es así que, para deleite de incordio, se tejen inmensas redes de ignorantes generosos que esparcen su estulticia por el mundo entero. Cada uno de estos indeseables se nutre de la ineptitud ajena y, en ocasiones, llegan a monetizar su ignorancia. De algo hay que vivir y no porque sean los individuos más defectuosos de la especie podemos quitarles ese derecho.

3. Ayudo. Sí, de verdad lo creen. Las multitudes embrutecidas de verdad creen que le aportan al mundo. Su ayuda consiste en escribir un par de líneas —en pro o en contra da igual— y dar click en enviar. A veces la ayuda no está vinculada a ninguna causa particular. Puede ser un salmo. ¿Quién no necesita uno? También puede ser una frase profunda de su propia cosecha. Algo así como: «nunca dejes de soñar». Ayuda ecuménica, sirve para todo el mundo, en cualquier momento y en cualquier lugar. Desde esta humilde bitácora solo me resta decirles: ¡Gracias!

Por lo general la frase insulsa ayuda se acompaña de una imagen donde se aprecia algún artículo de lujo, propio o alquilado, qué importa; un logro alcanzado o simplemente una foto de sí mism@ editada hasta el ridículo. Es lo fácil. Si les pidieran cambiar sus profundísimas frases por aportes en metálico, desaparecerían ipso facto. Esto último no es un problema pues, por lo general, quien recibe la ayuda es tan frívolo como quien la brinda. Ellos agradecen la invaluable ayuda que reciben de los otros detritus de la cloaca. Qué fácil es consolar a un subnormal.


El aterrizaje.

EmbrutecidasLo anterior es lo que creen las piaras embrutecidas. La verdad, sin embargo, es menos festiva. Lo que nos dice el American Journal of Preventive Medicine es que, mientras más tiempo pasa una persona en redes sociales, más aislada se siente. Esta afirmación no puede sorprendernos. Quien sube una foto de sus nuevos zapatos, de lo que está a punto de comer o de la ruta que acaba de correr, es una persona que está mendigando atención a gritos. Una persona así es digna de conmiseración. Ojalá alguien piadoso la libere de su sufrimiento con una bala del calibre .22…

Quien sube una foto del paisaje que tiene al frente no lo está disfrutando. Solo espera que otros reaccionen, de forma positiva, a ese instante de tregua que el mendigo de afecto le está dando a su sufrimiento. Si la imagen no genera la reacción buscada, el paisaje desaparece, la tregua acaba y el sufrimiento vuelve. El tormento de sus aniquilables vidas solo puede ser apaciguado con likes. Sudoración, palpitaciones, ¿qué hice mal? ¿Será la hora? Tal vez debí mostrar más piel. Solo la zalema virtual evita que el deseo de tomar cianuro se convierta en acto.


Tocas tu teléfono un promedio de 2.617 veces al día, más si eres un usuario intenso. Eso es 18.000 veces por semana. Casi un millón de veces al año. Suficiente para que todos esos deslizamientos, golpes, arrastres, movimientos rápidos y pellizcos se sientan tanto programados como totalmente naturales. —Dewey, C. The Washington Post.


EmbrutecidasTal vez no es buena idea que el 63% de la población mundial tenga acceso a Internet. Muchas de esas personas creen que Internet es Facebook. El genocidio del pueblo rohinyá en Myanmar, por citar solo un ejemplo, se gestó y se incubó en esa letrina social. El afán de lucro fortalece los sesgos individuales. El algoritmo está diseñado para que personas con las mismas taras se encuentren. No es coincidencia que sus amiguitos virtuales sean tan imbéciles como usted.

Me temo que un gran porcentaje de ese 63% forman su criterio, su identidad y su carácter con lo que ven en esos sitios. Allí se informan, estudian y socializan. Más que todo lo último. Llega un momento en que sus vidas enteras giran en torno al sumidero. Todo cuanto hacen está motivado por las reacciones que dicha acción puede generar en el albañal. El viaje no importa si las fotos no son bien recibidas. La actividad física no busca una existencia saludable. Todo se trata de recibir aplausos, fingidos e hipócritas pero aplausos. Supongo que es mejor que nada.

Este drama no parece tener una solución a la vista. Ni siquiera un alivio. Las cifras muestran que, año tras año, aumenta el numero de usuarios de esas plataformas. Panorama agravado por el nacimiento de nuevos sitios deseosos de recibir, con los brazos abiertos, a las masas embrutecidas. Al final verán lo mismo en todas pero, con cada nueva cuenta que creen, pensarán que amplían sus cortísimos y brumosos horizontes.