El enemigo conoce el sistema

El enemigo conoce el sistema

Estoy leyendo un libro estupendo llamado El enemigo conoce el sistema de la gran periodista e investigadora Marta Pereirano. Sin temor a equivocarme es uno de los mejores libros que he leído sobre la manipulación de la que somos víctimas. No he terminado de leerlo pero es tan bueno que quiero hacer una reseña de su primer capítulo. Ya he escrito mucho en este blog sobre las ridículas, grotescas, innecesarias e indeseables redes sociales pero este libro, les aseguro, va más allá de todo lo que haya publicado antes.


Normalmente espero a terminar un libro para hacer su reseña. Pero con este libro no es necesario. Habiendo leído solo 44 páginas sé que es una joya imperdible. La autora desnuda sin filtros los mecanismos de manipulación ocultos en las aplicaciones y plataformas que usamos a diario. Es una obra de obligatoria lectura para cualquiera que esté interesado en la privacidad y el minimalismo digital.


El enemigo conoce el sistema.

El enemigo conoce el sistemaLa red no es libre, ni abierta ni democrática. Es un conjunto de servidores, conmutadores, satélites, antenas, routers y cables de fibra óptica controlados por un número cada vez más pequeño de empresas. Es un lenguaje y una burocracia de protocolos que hacen que las máquinas hablen, normas de circulación que conducen el tráfico, microdecisiones que definen su eficiencia.

Si la consideramos un único proyecto llamado internet, podemos decir que es la infraestructura más grande jamás construida, y el sistema que define todos los aspectos de nuestra sociedad. Y sin embargo es secreta. Su tecnología está oculta, enterrada, sumergida o camuflada; sus algoritmos son opacos; sus microdecisiones son irrastreables. Los centros de datos que almacenan y procesan la información están ocultos y protegidos por armas, criptografía, propiedad intelectual y alambre de espino.

La infraestructura crítica de nuestro tiempo está fuera de nuestra vista. No podemos comprender la lógica, la intención y el objetivo de lo que no vemos. Todas las conversaciones que tenemos sobre esa infraestructura son en realidad conversaciones sobre su interfaz, un conjunto de metáforas que se interpone entre nosotros y el sistema. Un lenguaje diseñado, no para facilitar nuestra comprensión de esa infraestructura, sino para ofuscarla. El enemigo conoce el sistema pero nosotros no.

Este libro te ayudará a conocerlo, y a comprender por qué la herramienta más democratizadora de la historia se ha convertido en una máquina de vigilancia y manipulación de masas al servicio de regímenes autoritarios. Solo así podremos convertirla en lo que más falta noshace: una herramienta para gestionar la crisis que se avecina de la manera más humana posible. No tenemos un segundo que perder. La reseña fue tomada del vigilante Amazon.


El primer capítulo del libro se llama Adicción. No hay un nombre más apropiado para definir lo que le ocurre a la inmensa masa de zombies que dilapidan sus vidas haciendo scroll. ¿Buscando qué? El próximo chute de dopamina. A veces en forma de like, a veces como una noticia indignante o apocalíptica, otras como entretenimiento vacío e inaportante. Veamos algunos apartes de este capítulo.


Sobre el tiempo que pasamos embruteciéndonos en línea, la autora de El enemigo conoce el sistema nos dice:

Según un estudio de Counterpoint Research, los usuarios se pasan una media de tres horas y media al día mirando esa pequeña pantalla. El 50 por ciento pasa cinco horas, y uno de cada cuatro usuarios ¡pasa un total de siete horas mirando su móvil!

El 89 por ciento del tiempo que dedicamos a mirar el móvil estamos usando aplicaciones. El 11 por ciento restante, miramos páginas web. El usuario medio invierte dos horas y quince minutos al día solamente en redes sociales. En el momento de escribir estas páginas, Facebook tiene dos mil doscientos veinte millones de usuarios, Instagram mil millones, Facebook Messenger y WhatsApp se reparten el 50 por ciento del mercado de la mensajería instantánea. Todos esos sistemas pertenecen a la misma empresa, cuyo negocio es investigar, evaluar, clasificar y empaquetar a los usuarios en categorías cada vez más específicas para vendérselas a sus verdaderos clientes, que incluyen dictadores, empresas de marketing político y agencias de desinformación […]


Es preocupante que la cuarta parte (25%) de los usuarios de Internet pasen una media de 7 horas diarias mirando su teléfono. Si asumiéramos que esa fuerte adicción se presenta en la población de adultos jóvenes, ¿qué impacto tendría en la productividad de los países? ¿Qué impacto tiene en las familias el que sus miembros estén todo el día embruteciéndose en la caja de Skinner?


Sobre algunas de las empresas que dominan el mercado de la atención, el libro dice:

El objetivo de Facebook es convertir a cada persona viva en una celda de su base de datos, para poder llenarla de información. Su política es acumular la mayor cantidad posible de esa información para vendérsela al mejor postor. Somos el producto. Pero la política de sus dos mil doscientos millones de usuarios ha sido aceptarlo. No la banalidad del mal sino la banalidad de la comodidad del mal.

La empresa argumenta, típicamente, que lo hace solo para facilitar la vida de los usuarios, que se pueden saltar varios pasos a la hora de hacerse una cuenta y encontrar a sus amigos de inmediato gracias a funciones como «personas que quizá conozcas». Lo cierto es que todos y cada uno de esos servicios tiene una función y un objetivo muy concretos y ninguno es mejorar nuestra vida. El objetivo es obtener la mayor cantidad posible de información sobre el usuario, sus amigos y todo aquello que le interesa, asusta, preocupa, deleita o importa. Lo único que facilitan las herramientas es el uso de las herramientas. Y cada pequeño aspecto de su funcionamiento ha sido diseñado por expertos en comportamiento para generar adicción […]

Facebook no es un caso aislado, es solo una de las cinco empresas que dominan la industria de la atención. Google controla las tres interfaces más utilizadas del mundo: el servidor de correo Gmail, el sistema operativo para móviles Android y el navegador Chrome. Por no hablar de su sistema de geolocalización con mapas, de su plataforma de vídeos YouTube y sobre todo de su buscador. Google Search es el intermediario entre la Red y el resto del mundo, y cada vez más el intermediario entre la población conectada (ahora mismo más de cuatro mil millones) y todo lo demás. No es un servicio, es infraestructura. La vida sin Facebook o Apple sería un poco más aburrida. La vida sin Google es difícil de imaginar. Es una dependencia peligrosa, y no del todo voluntaria […]

La tecnología que mantiene internet funcionando no es neutral, y la que encontramos o instalamos en nuestros teléfonos móviles tampoco. En la última década, todas han evolucionado de una manera premeditada, con un objetivo muy específico: mantenerte pegado a la pantalla durante el mayor tiempo posible, sin que alcances nunca el punto de saturación. Son capaces de hacer cualquier cosa para que sigas leyendo titulares, pinchando enlaces, añadiendo favoritos, comentando post, retuiteando artículos, buscando el GIF perfecto para contestar a un hater, buscando el restaurante ideal para una primera cita o escribiendo el hashtag que define exactamente la puesta de sol en la playa con tres daikiris de fresa y cucharas verdes en forma de palmera que estás a punto de compartir. Su objetivo no es tenerte actualizado, ni conectado con tus seres queridos, ni gestionar tu equipo de trabajo ni descubrir a tu alma gemela ni enseñarte a hacer yoga ni «organizar la información del mundo y hacerla accesible y útil». No es hacer que tu vida sea más eficiente ni que el mundo sea un lugar mejor. Lo que quiere la tecnología que hay dentro de tu móvil es engagement. El engagement es la cumbre de la felicidad de la industria de la atención […]

[…] se trata de un contrato legal vinculante en el que el usuario suele renunciar a derechos para que la compañía que recopila sus datos se cure en salud. La palabra engagement tiene otra connotación importante, que es la participación. La clase de engagement que buscan las aplicaciones implica una cierta actividad por parte del usuario. En realidad nada, una tontería. Un gesto sencillo y repetitivo que no cuesta nada, que se hace casi sin pensar. De hecho, la clase de gesto que se automatiza con el tiempo, creando una rutina. La clase de rutina que se activa sin que nos demos cuenta y que, repetida las veces suficientes, acaba ejecutándose hasta cuando nosotros no queremos. Cuando es buena la llamamos hábito. Cuando es mala, adicción […]


Cuando me pregunto en qué piensa un/a imbécil antes de subir una foto del lugar donde se encuentra olvido que yo también lo hacía. Es sencillamente estúpido participar de un juego donde solo hay un ganador y no es uno. Es una sociedad comercial muy desigual: usted les da sus datos, que valen miles de dólares y ellos lo recompensan con los likes hipócritas de otros enfermos. En la avicultura ocurre algo similar. El granjero le da unos granos de maíz a la gallina y ella se rompe el culo todos los días dándole huevos (y al final la mata).


El enemigo conoce el sistema


Sobre el componente psicológico de este fenómeno la investigadora nos lleva en un recorrido por B. F. Skinner y su discípulo moderno B. J. Fogg.

El ratón solo mostraba actividad cerebral al ver la palanca y al alejarse de ella. Toda la parte en la que tiraba de la palanca y engullía la comida la hacía en piloto automático, sin actividad neuronal. Su cerebro registraba el circuito como un bloque recogido entre paréntesis, como un script que debe ejecutarse entero, hasta el final. O como un trance.

Si pudiéramos preguntar al ratón, es probable que no recordara lo que había pasado entre la palanca y la comida, de la misma manera que a veces cogemos el coche para volver a casa y no sabemos cómo hemos llegado hasta allí. O cogemos el móvil para buscar el nombre de un restaurante y pasamos los siguientes veinte minutos en un bucle de correo, actualizaciones de Twitter, Messenger, Instagram, WhatsApp y de vuelta al correo, Twitter, Messenger, Instagram, WhatsApp sin que sepamos cómo hemos llegado hasta allí

De hecho, la mayor parte del tiempo ni siquiera nos acordamos de por qué cogimos el móvil, ni tampoco de lo que hemos visto en las aplicaciones. Tenemos la capacidad de atención de un pez de colores. Mejor dicho, la teníamos, pero ya no. La capacidad del pez es de nueve segundos, mientras que en este preciso momento la del humano medio es de ocho. En el año 2000 nuestra capacidad de focalizar la atención en una sola cosa era de doce segundos, pero nos hemos entregado a un duro entrenamiento para bajar esa marca. Nuestra paciencia es tan escasa que el 40 por ciento de los usuarios abandonan una página web si tarda más de tres segundos en cargar […]

[…] principio de reciprocidad. En psicología social este principio establece que las personas se sienten obligadas a devolver los favores de manera justa, o sentirse en deuda con la persona que se los ha hecho. Se trata de una técnica de persuasión muy conocida entre los vendedores. Por ejemplo, cuando un vendedor nos rebaja tanto el precio de un objeto que acabamos comprándolo por no despreciar el descuento […]

[…] las aplicaciones interactivas podían diseñarse utilizando las tácticas de ingeniería social conocidas por la psicología cognitiva, un campo que sumó a las técnicas de diseño interactivo de la ingeniería informática el epígrafe «captology», la ciencia de usar ordenadores como tecnologías de persuasión. Hablaba de ayudar a la gente a mantenerse en forma, dejar de fumar, gestionar bien sus finanzas y estudiar para los exámenes. Dos décadas más tarde, sus métodos son mundialmente famosos por haber generado miles de millones de dólares a varias docenas de empresas, pero no por haber ayudado a nadie a dejar de fumar […]

El modelo B. J. Fogg del comportamiento (Fogg Behaviour Model o FBM) establece que, para implantar un hábito de manera efectiva, tienen que ocurrir tres cosas al mismo tiempo: motivación, habilidad y señal. El sujeto tiene que querer hacerlo, tiene que poder hacerlo y tiene que haber algo en su camino que le impulse a hacerlo. Este último se llama trigger (desencadenante, activador o señal). Si falta cualquiera de las tres, la rutina no cuaja […] los tres elementos tienen que estar presentes, pero no necesariamente equilibrados: la motivación y la habilidad pueden compensarse entre ellas. «Cuando la motivación es muy grande, puedes conseguir que el sujeto haga cosas muy difíciles», como perder setenta kilos en un programa de la tele, comiendo pescado hervido y haciendo gimnasia. Si está poco motivado, el hábito tiene que ser muy fácil, prácticamente accidental. Si se dan las dos condiciones en la proporción suficiente, entonces solo queda colocar las señales en los sitios y momentos apropiados. La rutina se tiene que activar casi como un estado de hipnosis, con una palabra, una imagen o un concepto. También se puede activar con otra rutina. Lo más difícil es conseguir meter el pie en la puerta: que el sujeto se abra un perfil de usuario o se instale la aplicación […]

[…] la motivación social tiene que ver con nuestro lugar en el mundo y con la necesidad de ser aceptado. Este motivador es un instrumento muy poderoso, porque ser aceptado por la comunidad en la que vives es clave para la supervivencia. Este motivador es el favorito de las plataformas y aplicaciones digitales. La gran llave maestra de la red social […]

Facebook tiene el poder de motivar y finalmente influir en los usuarios gracias a esta motivación. Desde subir fotos hasta escribir cosas en su muro, los usuarios de Facebook están motivados por su deseo de ser aceptados socialmente […]

El único motivador más efectivo que ser aceptado socialmente es el miedo a ser rechazado socialmente. Ese es el motivo que empuja a miles de millones de personas a abrir cuentas de usuario e instalar aplicaciones para toda clase de cosas: para no quedarse atrás, fuera de onda, fuera del círculo. Tanto es así que ya se considera un síndrome: FOMO o Fear of Missing Out. Sobre la habilidad de usar la herramienta, el patrón es claro: la herramienta tiene que estar muy a mano y ser fácil de usar. Cuantos menos pasos tenga que dar el usuario y menos obstáculos encuentre, mejor. Por eso las aplicaciones que instalas aparecen por defecto en el escritorio del móvil, para que las veas cada vez que lo enciendes. El icono mismo es un desencadenante. El icono es la palanca y tú eres el ratón […]


No estoy de acuerdo con la parte final de uno de los párrafos: Lo más difícil es conseguir meter el pie en la puerta: que el sujeto se abra un perfil de usuario o se instale la aplicación. De hecho creo que es lo más fácil. Estamos viviendo una era en donde el entretenimiento barato, ordinario y vulgar ocupa los primeros puestos en la escala de piroridades.

En América Latina, por ejemplo, la tasa de lectura es bajísima. Y los pocos que leen, leen basura de autoayuda y motivación (el más motivado es el escritor que vende millones de copias de esa mierda infantil). En contraposición, la participación de la sociedad en redes sociales es altísima. Con toda seguridad hay una relación causal entre la pobreza material (e intelectual) de estos pueblos y sus hábitos de consumo digital. Debe haberla.


Sobre el diseño y la forma como funciona la magia de las letrinas sociales nos dice:

Te ha llegado un correo, un mensaje, un hechizo, un paquete. Hay un usuario nuevo, una noticia nueva, una herramienta nueva. Alguien ha hecho algo, ha publicado algo, ha subido una foto de algo, ha etiquetado algo. Tienes cinco mensajes, veinte likes, doce comentarios, ocho retuits. Hay tres personas mirando tu perfil, cuatro empresas leyendo tu currículum, dos altavoces inalámbricos rebajados, tres facturas sin pagar. Las personas a las que sigues están siguiendo esta cuenta, hablando de este tema, leyendo este libro, mirando este vídeo, llevando esta gorra, desayunando este bol de yogur con arándanos, bebiendo este cóctel, cantando esta canción. Eso que te pasa docenas de veces al día se llama notificación push, y es rey de los reclamos. Funciona porque te recuerda inmediatamente el motivo por el que necesitas la aplicación: estar al día, contestar a tiempo, enterarte antes que nadie. Tuitear primero, contestar primero, llegar antes. Todo es importante, todo es urgente. O peor: todo podría serlo. No lo sabes hasta que lo miras (refuerzo de intervalo variable). Pero sabes que si no respondes a la llamada, el castigo es volverse innecesario y desaparecer. O, en palabras de Jeff Bezos a sus trabajadores: «Irrelevancia. Seguida de un insoportable, doloroso declive». 

La mayor parte de las aplicaciones tienen la notificación push activada por defecto, y es verdad que se puede desactivar. Pero, para cuando el usuario ha detectado que le está arruinando la vida ya es demasiado tarde. Según el Centro de Comprensión Retrospectiva de la Universidad de Duke, no recibir nunca notificaciones agrava el miedo a quedarse atrás.

Entonces recibes la notificación y desbloqueas la pantalla del móvil, donde encuentras tu recompensa en likes, mensajes de otros, comentarios y otros paquetitos de dopamina que te hacen sentir mejor, te tranquilizan o que te lanzan a tuitear algo superingenioso. En Facebook o Instagram no hay ningún botón de don’t like, así siempre tendremos más recompensas que castigos. Pero ahora que has entrado te encuentras con otros activadores, concretamente un montón de iconos con números que aparecen en una burbuja en la esquina superior derecha del icono, rodeadas por lo general por un círculo. El icono se pone rojo, el número es siempre positivo. Es la promesa de una recompensa o de una emergencia, o de las dos a la vez. Una oportunidad o un despido, trolls rusos o fama mundial. Pinchas sin saber qué te depara. Segundo refuerzo de intervalo variable. Repeat.

Solo controlando cuándo y cómo le das a la gente los pequeños chutes de dopamina, puedes llevarlos de usar la aplicación un par de veces a la semana a usarla docenas de veces por semana.

El push te recuerda constantemente que están pasando cosas sin que tú te enteres, los números te advierten que hay otros que sí se enteran y que van por delante de ti. Usuarios que te van a quitar el prestigio, el trabajo y hasta la novia como no te espabiles. El incentivo social es poderoso, por eso puedes ver las «notas» de los demás y la tuya entre ellas. El truco es viejo: nueve de cada diez personas se cepillan los dientes antes de dormir. Y la red social es un universo en el que todo el mundo recibe puntuaciones, lo que genera un ranking irresoluble. No tienes diez mil followers, tienes más o menos followers que tus amigos, tu profesor de piano, tu exnovia o la odiosa compañera de mesa. Si tienes menos followers, retuits o comentarios que la semana pasada es que pierdes relevancia. Eres peor que los otros. Si tienes menos likes que antes es que tus amigos te quieren menos que ayer. Los mismos números que te generaban pequeños pinchazos de dopamina acaban produciéndote una gran ansiedad. LinkedIn explotaba este factor con un icono donde se podía ver el tamaño de la red de cada usuario. La reacción natural de los usuarios era mirar el suyo y compararlo con el de los demás. La red era como un tamagochi que había que alimentar haciendo el mayor número de conexiones posibles. Otro truco conocido: cada vez que un usuario envía una petición (de amistad, contacto, seguimiento, etcétera), su receptor recibe una notificación que se siente socialmente inclinado a responder. Principio de reciprocidad, quid pro quo.

Las notificaciones y la cuantificación son dos elementos de diseño que juegan con la ansiedad del usuario, ofreciendo una herramienta sencilla para controlar el mundo. Basta con ser ingenioso, fotogénico y carismático, saberte los memes antes de que se viralicen, estar donde hay que estar. Para eso solo tienes que tener las aplicaciones correctas, seguir a las personas correctas y estar atento a las notificaciones. Nada más.

Los atletas olímpicos se concentran visiblemente para entrar en ese estado de sincronía con el espacio, los músicos con su instrumento, los artistas con su material. Unos lo llaman foco, otros flow, algunos entrar en La Zona. Palón lo llama «metaxia», un estado de la conciencia intermedio entre la realidad sensible y el fundamento del ser. La rutina que conduce a ese estado de trance ha sido integrada de manera masiva por industrias mucho más problemáticas y populares que la del videojuego. El nombre técnico es gamificación, y es el pan de cada día de las máquinas tragaperras y de las aplicaciones, los programas y las plataformas de la red social.

Las aplicaciones más populares del mundo recrean literalmente la palanca de las tragaperras; lo llaman pull to refresh. Es lo que hacemos con el dedo gordo cuando lo deslizamos hacia abajo para actualizar el contenido de la aplicación. No hay absolutamente ningún motivo técnico por el que tengamos que hacer ese gesto para ver contenido nuevo. La pantalla podría mostrarnos los últimos contenidos de manera automática, cada vez que la miramos. De hecho, antes era así. Ahora es una caja de Skinner donde tiramos de la palanca para que pase algo, sin saber si la palanca trae premio o no. O de izquierda a derecha. Un ejemplo particularmente ingenioso en el que hasta tiene sentido es el Tinder: su mecánica de swipe (deslizar) el dedo para aceptar o rechazar posibles amantes es la clave que ha catapultado esa plataforma de citas sobre las demás (en este momento, la app de Tinder supera en descargas las de Candy Crush Saga, Spotify, YouTube y Pinterest). Lo sabemos porque prácticamente no puedes hacer otra cosa, swipear y mensajear. Y porque ha sido copiada de Singapur a Brasil y de Lisboa a Estambul por inmobiliarias y agencias de trabajo, tablones de anuncios y «momentos» del Twitter. Lo importante no es el contenido, es la rutina. En el gesto se manifiesta la convicción inconsciente de que nuestro dedo puede influir en el resultado, que si lo hacemos bien habrá premio. Ese es el mecanismo que nos hace volver una y otra vez al móvil, como en estado de trance. Pero es que, además, hay otro pequeño truco que nos impide salir de allí: el scroll infinito.

[…] en la actual histeria informativa permanente de las notificaciones, los grupos del Telegram, Twitter, Facebook y todo lo demás. Es un reality show infinito, producido por algoritmos, del que no puedes desengancharte sin perder el tren. Para estar al día necesitas levantarte pronto, acostarte tarde, consumir cafeína, anfetaminas, cocaína, nootrópicos. Drogas que ya no sirven para divertirse sino para trabajar. Necesitas aplicaciones que te ayuden a saberlo todo, a pillarlas al vuelo, listas para gestionar el día, hacer yoga en casa, meditar en la fotocopiadora o ayudarte a dormir.

Durante al menos una semana durante 2012, Facebook hizo que cientos de miles de usuarios leyeran exclusivamente malas noticias, y que otros tantos usuarios tuvieran la misma experiencia, pero al revés: solo les llegaban buenas noticias. La empresa manipuló su algoritmo de recomendación de noticias para poner a sus ratones a dieta, de buenas o malas noticias respectivamente, a ver qué les hacía volver más a la plataforma y qué generaba más interacción. Lo sabemos porque lo contó Facebook, que compartió su investigación con la prensa. Fue la primera y la última vez que lo hizo, pues provocó el escándalo de mucha gente. Desde entonces sus investigaciones han sido ejecutadas con escrupuloso secreto, y si llegamos a conocer los detalles de alguna de ellas es porque alguien se va de la lengua o aparece una filtración.

La indignación es la heroína de las redes sociales. Es más viral que los gatitos, más potente que el chocolate, más veloz que el olor a galletas, más intoxicante que el alcohol. Genera más dopamina que ninguna otra cosa porque nos convence de que somos buenas personas y, encima, de que tenemos razón. Pensamos que tenemos pensamientos éticos cuando en realidad nos invade un sentimiento moral. Mira a esos abuelos desahuciados, esos niños desnutridos, esos perros abandonados, esos yates comprados con dinero público… o a esas mujeres muertas por abortar con perchas de hierro oxidado, esas casas de protección oficial vendidas a los especuladores, esos bosques devorados por las políticas de austeridad. Es un sentimiento que nos define como personas buenas y que demanda justicia, venganza y mucha atención. Queremos compartir la llama con todas las personas del mundo para que sus sentimientos validen los nuestros con comentarios, likes y retuits.

«Las compañías tecnológicas necesitan tus globos oculares pegados a la pantalla el mayor tiempo humanamente posible —dice el neurólogo Ramsay Brown—. Y han empezado una carrera armamentística para mantenerte ahí». El capitalismo de la atención no tiene tiempo para la política, ni para los valores ni para los niños ni para ninguna otra cosa que no sea el engagement.

[…] hay cientos de miles de personas al otro lado de esas pantallas trabajando noche y día para llamar tu atención. Y son muy buenos en su trabajo, porque tienen muchísimos datos para ayudarles a decidir qué componentes introducir o excluir del producto, dónde poner el gancho para que tenga el máximo impacto. La gente que fabricaba máquinas de pinball, videojuegos o programas de televisión estaban haciendo contenidos, y no estaban tan preocupados con atrapar tu atención. La comparación más apropiada es el diseño de máquinas tragaperras. Porque la máquina tragaperras está específicamente diseñada para mantenerte pegado a ella el mayor tiempo posible.

Cada vez que Facebook introduce una nueva función en la plataforma nos parece un cambio trivial, pero afecta a millones de personas en todo el mundo. Son cosas cuyo impacto solo se puede analizar en retrospectiva: el botón de like, el newsfeed. Convertir ese newsfeed en una cascada sin fondo de pequeños acontecimientos. Parecen cambios muy pequeños que no cambian lo que Facebook es en esencia. Pero cada uno de esos cambios es colosal, y ocurren constantemente en todas esas plataformas sin que nos demos realmente cuenta.


Lapidario. Aunque no sea nada que no supiéramos, creo que este libro profundiza más que aquellos escritos por Jaron Lanier y Cal Newport. Es un ensayo más visceral e intransigente y lo podemos ver desde el título: El enemigo conoce el sistema. El enemigo, así lo llama y estoy de acuerdo. Por cierto, en la zona de descargas se encuentra un enlace al libro en formato ePub. Me despido con otra frase, tomada también de este gran libro:

La industria aún no sabe cómo controlar las emociones, pero se ha especializado en detectar, magnificar o producir las que más beneficio generan: indignación, miedo, furia, distracción, soledad, competitividad, envidia. Esta es la banalidad del mal de nuestro tiempo: los mejores cerebros de nuestra generación están buscando maneras de que hagas más likes. Y no es verdad que estemos libres de culpa. Todo empezó porque queríamos salvar el mundo, sin movernos del sofá.

Categorías: G33ks, Libertario, Libros, Minimalismo
J. Inversor

Escrito por:J. Inversor Otros posts del autor

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